Copacabana

A estas alturas del día que comienza, siento sueño. Un sueño pegadizo, insoportable, que no me deja trabajar. Pero en el fondo sé que lo que hice para estar adormecido en el inicio de esta nueva jornada valió la pena.

También valió la pena lo que hicieron aquellos que me quitaron el sueño, que vinieron a redondear un día donde un pinareño se convirtió en leyenda al tiempo que un joven David inesperadamente superó a un Goliat de apellido Lavillenie.

Llegaron los cubanos nuevamente sin sombra de esperanzas, pero desde el arranque desde el primer set se sabía que la batalla no sería de «león para mono», sino entre dos colosos, uno de ellos sin nada que perder ya que nunca pensó en la derrota…hasta la derrota final.

Lo de Sergio y Nivaldo es más que loable y «aplaudible».Es digno de poner como lo mejor de estos Juegos Olímpicos, más allá de la triple corona de Mijaín López y lo eléctrico de Ismael Borrero. Lo de Sergio y Nivaldo quizás se olvide fácilmente en Brasil, pero para los que nos mantuvimos hasta las 12:30 am delante de nuestros televisores, dejará una marca.

La marca de jugar sin presión, la marca de no ser favoritos y avanzar, la marca de cómo se debe jugar y sobre todo prepararse para cada evento en el que no se sale de favorito. Será la marca de lo que hay que hacer con el deporte y hacia dónde hay que canalizar los esfuerzos, pues como dijo alguien recientemente, hemos dejado de «tener deportistas para tener deporte».

Serán la huella de que hay que saber donde está el futuro y, si a alguien inteligente le inetresara, a quienes hay que darle prioridad para que en un futuro Tokyo 2020, por loco y lejano que parezca, aparezcan medallas de cualquier color y no quedarnos viendo como media delegación es eliminada sin más en fases previas.

Con cada remate en las arenas brasileñas, con cada bloqueo, con cada saque de 96 kilómetros por hora, en cada punto extra o tie-break, la dupla de Sergio González y Nivaldo Díaz no sólo campeó por su respeto ante rivales superiores ante el boquiabiertismo de muchos, sino también que ha dado una lección muda de la dirección que debe tomar el esfuerzo deportivo cubano, que a veces se enfoca más en la masividad que en las verdaderas posibilidades de triunfo.

De momento me sentaré simplemente a observar el resto, aunque me quede dormido, pero sabiendo que el sueño fue, al menos, por la causa más justa, aunque si de justicia hablamos, esa última pelota no tenía que haber tocado la net y caído tímidamente a la arena en la playa de Copacabana.

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